El autocuidado no es egoísmo

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¿Cuántas veces has dicho «sí» a un plan cuando en realidad querías descansar? ¿Cuántas veces has asumido una tarea extra en el trabajo, aunque ya estabas sobrecargado/a?

Si esto te suena, es probable que tengas una relación complicada con los límites.

Vivimos en una cultura que a menudo premia el sacrificio personal. Nos enseñan que ser «buena persona» es estar siempre disponible para los demás. El resultado es que, cuando intentamos priorizar nuestro propio descanso o nuestras necesidades, aparece una invitada inesperada: la culpa.

Pero hoy quiero que te quedes con esta idea: el autocuidado no es egoísmo, es una necesidad. Y la herramienta principal del autocuidado son los límites.


1. ¿Qué es un límite? (Y qué no es)

A menudo confundimos los límites con ser groseros, distantes o conflictivos. Nada más lejos de la realidad.

  • Un límite NO es un muro para alejar a la gente.
  • Un límite SÍ es una guía que enseña a los demás cómo tratarte de forma saludable.

Poner un límite es, simplemente, trazar una línea clara entre lo que es tu responsabilidad y lo que no lo es; entre lo que te nutre y lo que te agota. Es un acto de honestidad contigo mismo/a y, a la larga, también con los demás.

2. El coste de no poner límites

Cuando no ponemos límites, enviamos un mensaje confuso. Es como dejar la puerta de casa abierta de par en par; cualquiera puede entrar, coger lo que quiera (tu tiempo, tu energía) y marcharse, dejándote con una sensación de vacío.

El coste de no poner límites es alto:

  • Resentimiento: Te enfadas con los demás por pedirte cosas, cuando en realidad estás enfadado/a contigo por no haber dicho «no».
  • Agotamiento (Burnout): Llegas al final del día sin energía para ti, porque la has repartido toda.
  • Pérdida de identidad: Priorizas tanto las necesidades ajenas que olvidas cuáles son las tuyas.

Un «no» a tiempo es, en realidad, un «sí» a tu propia salud mental.

3. Cómo empezar a poner límites (sin culpa)

Si eres una persona a la que le cuesta poner límites, no intentes cambiar de la noche a la mañana. Empieza poco a poco.

Clave 1: Identifica tu «límite». Escucha a tu cuerpo. La tensión en los hombros, el nudo en el estómago… suelen ser señales de que un límite está siendo sobrepasado. Antes de reaccionar, solo nótalo.

Clave 2: La pausa es tu aliada. No tienes que responder «sí» o «no» al instante. Gana tiempo con frases como: «Déjame revisarlo y te digo algo», «Necesito pensarlo» o «Te lo confirmo en un rato». Esto te da espacio para decidir qué quieres hacer realmente.

Clave 3: Comunica de forma asertiva. No hace falta dar mil excusas. Un «no» claro, respetuoso y breve es suficiente.

  • En lugar de: «Es que… verás, estoy muy cansado porque ayer…»
  • Prueba con: «Gracias por pensar en mí, pero esta vez no puedo» o «Ahora mismo no me viene bien, tengo que priorizar otras cosas».

Cuidarte es el primer paso

Poner límites es un músculo que se entrena. Al principio te sentirás incómodo/a, quizás culpable. Es normal. Pero con cada pequeño «no» que dices para proteger tu tiempo, te estás dando un gran «sí» a tu bienestar.

Recuerda: no puedes servir agua de una jarra vacía. Cuidarte a ti primero te permite, precisamente, poder estar para los demás de una forma mucho más sana y auténtica.

Si sientes que la culpa te paraliza o que te cuesta identificar tus propias necesidades, la terapia puede ser el espacio seguro para explorar estas barreras y construir una relación más amable contigo mismo/a.